Cuando emprendemos invertimos mucho (o todo) nuestro tiempo y recursos en un proyecto. Ello conlleva que a menudo dispongamos de todo lo que esté a nuestro alcance sin que nos detengamos a pensar si deberíamos pedir permiso o no para utilizarlo.
Un clásico ejemplo es el de utilizar imágenes de Google para nuestra web o para un catálogo de servicios, sin consultar si dichas imágenes pueden ser utilizadas para fines comerciales (puede realizarse la misma acción configurando la búsqueda para que aparezcan sólo imágenes con licencia de uso para fines comerciales). También puede obtenerse el mismo resultado a través de otros buscadores de contenido con licencias Creative Commons, por ejemplo.
Otro caso típico es utilizar marcas de terceros, material audiovisual, música o fragmentos de obras literarias con finalidades comerciales sin que dispongamos de la oportuna licencia. ¿Y qué quiere decir utilizar con fines comerciales? Pues prácticamente cualquier uso que hagamos de material con derechos de autor o con derechos de propiedad industrial se considerará comercial si estamos vendiendo algo. Utilizar en una app la cara de Spiderman, el escudo del barça o unos segundos del último éxito de Lady Gaga sin licencia de uso, ya supondría una infracción.
También cometeremos infracción en aquellos casos en los que “versionemos” una obra existente, o modifiquemos algunos elementos de una marca y siga siendo reconocible la marca original (crearemos confusión). Por ejemplo no podremos modificar el logo de la marca “pepsi” cambiando las letras para promocionar mi bar “pepe”, si ese nuevo logo evoca de manera clara al original.
Entonces, ¿tengo que pedir permiso para todo? Para todo no, pero casi. Las obras cuyo autor murió hace más de 70 años se encuentran en dominio público y podré utilizarlas “libremente”, siempre que respete ciertos mínimos, como por ejemplo su paternidad. (No, no podéis atribuiros “el Grito” de Munch aunque esté en dominio público).
¿Y cuanto cuesta una licencia? Pues depende. Es algo que habrá que negociar con el titular de los derechos de explotación y su precio irá en función también del uso que se haga, de todos modos, a modo estimativo, algo razonable sería cobrar un 10% del importe obtenido por el producto o servicio que se esté aprovechando de material licenciable.
¿Y qué pasa si no pedimos permiso? Pues que estaremos cometiendo una infracción y nos exponemos a un riesgo claro de ser demandados por ello.
Como siempre, y pese a que suponga un cierto coste en tiempo dinero inicial, lo óptimo es asesorarse debidamente para conocer cuáles son los riesgos antes de emprender cualquier acción que pueda colisionar con derechos de autor y/o de marca.